...LA GUERRA ES LA ANTITESIS DE LA PAZ Y NOSOTRAS LUCHAMOS POR LA PAZ...

13 de mayo de 2007

Cuando la guerra arranca a un hijo del alma

La última carta del sargento Carlos Miguel Camacho Rivera

Muertas en vida. Destrozadas por el dolor. Sin palabras para describir el terrible drama que viven desde que sus retoños murieron en Irak.

Así se sienten tres de las 61 madres puertorriqueñas que han perdido hijos a manos de la ocupación estadounidense en la nación iraquí y que hoy no escucharán sus felicitaciones ni recibirán sus abrazos.

Las tres recuerdan con lujo de detalles el día exacto en que sus hijos se fueron para ingresar a las fuerzas armadas, el día en que partieron para Oriente Medio, el día que regresaron y volvieron a irse, la última despedida, la última llamada y el día que le dieron la fatídica noticia de su muerte.

No han olvidado nada, no importa cuantos años hayan pasado.

Ninguna estuvo totalmente de acuerdo con la decisión de sus hijos, pero la respetaron, les dieron apoyo. Ahora, algunas maldicen al Ejército.

Como si fuera un altar, en la sala de Luz Selenia Rivera resalta una pared con un enorme crucifijo y rosario en medio, rodeado de las fotos y las medallas de su hijo, el sargento Carlos Miguel Camacho.

"Carlito", como ella lo llamaba, se enlistó en el 1999, a los 24 años, y en el 2003 lo enviaron para la frontera entre Kuwait e Irak. En febrero del 2004 lo enviaron a Irak, en agosto de ese año regresó, y en noviembre murió.

Sin embargo, Camacho se había despedido mucho antes de su familia. A los 15 días de estar en Irak, en marzo del 2004, les envió una carta para decirles cuánto los amaba y para asegurarles que los vería en el cielo.

Desde entonces comenzó el dolor de doña Luz Selenia, que lloró durante gran parte de la entrevista con El Nuevo Día Domingo.

"Ellos me destruyeron. Ya yo no soy la misma. Soy como si fuera un payaso. Yo hablo, bromeo y lo que sea, pero ese dolor lo tengo aquí", dijo Rivera entre sollozos tocándose el pecho.

Recordó los reproches que le hizo a la sargento que le dio la mala noticia, y sus peleas con Dios, al que luego le pediría disculpas.

"Yo le decía: 'maldita sea mil veces el Army, maldita sea. Me destrozaron. Ustedes me mataron", recordó.

Dos años y medio después de esa amarga visita, doña Luz Selenia afirma que "yo soy una persona muerta en vida. Lloro mucho por él, todos los días, todos los días lloro por él. Ahora estoy en contra. Tengo mucho coraje, tengo ese coraje por dentro que no me lo puedo sacar. Es como una pesadilla, como si fuera un mal sueño y no he despertado", manifestó, mientras su esposo Bartolo Camacho lloraba.

Dolor extendido

Una historia similar es la de Marlene Fernández Ríos, madre del soldado que murió en marzo pasado. Su hijo, Jason Núñez Fernández, ingresó a las fuerzas armadas a los 20 años en busca de una mejor situación económica para su hija aún por nacer.

El joven naranjiteño estuvo en Irak un tiempo antes de venir a la Isla por última vez, según su madre. De hecho, Fernández, que labora como enfermera en el Hospital Menonita, todavía no ha podido regresar a trabajar.

Su sufrimiento comenzó antes del deceso de Jason porque él resultó herido a los seis meses de estar en Irak y Fernández se afectó tanto que tuvo que ser internada en el Hospital Panamericano. "Pero, gloria a Dios, ese no era el día de él para morir. Se le afectó la audición, (tuvo) desbalance y los nervios. Jason ya no era el mismo de antes. Se le notaba en la expresión de la cara, triste. Te hablaba con mucha nostalgia y loco por estar aquí", recordó.

El día que un grupo de militares fue a darle la noticia, se enteró que estaban en el barrio y los esperó.

"Yo tenía el corazón y los nervios destrozados y, al llegar a la casa, me dicen: 'mamá, por favor, siéntate, y al decirme 'siéntate' más se me lastimaba el corazón. Cuando me dijeron, comencé a gritar, me volví loca", agregó.

Acompañada por Emmanuel, su hijo más pequeño, Fernández afirmó que lo que siente es "un dolor que yo no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Te llevan una parte tuya, y saber que no lo vas a poder ver, ni abrazar, ni tenerlo nunca más con uno, duele, duele un montón".

Las fotos y la bandera en la sala de su casa, y los trofeos de las pequeñas ligas y las medallas que guarda en su cuarto, tampoco la consuelan.

"No me conformo. Estoy todavía como en negación. No lo acepto y es doloroso. Me paso todos los días llorando, todos los días. No hay un sólo día que yo (no) piense en él y llore", reconoció entre lágrimas.

A los jóvenes que quieren entrar en la milicia, les recomendó "que, por favor, lo piensen porque no sólo sufren ellos, sufren los familiares que nos quedamos. La verdad del caso es que ahí no hay futuro porque la guerra está ahí ardiendo y lo que van es a un matadero, van a un matadero".

La primera baja

Esa congoja la lleva también Ada Hilda Torres Pedraza, cuyo hijo, Ramón Reyes Torres, fue el primer reservista que murió en Irak. Su hijo estuvo 11 años en el ejército estadounidense, hasta que murió en julio del 2003.

Torres ya lo presentía, había pasado toda la semana recordándolo y en la víspera del día en que le anunciaron la muerte de su "Moncito" no había dormido. En un noticiario televisivo escuchó de la muerte de un soldado y comenzó a llorar aunque no revelaron su identidad. Minutos más tarde le darían la terrible noticia.

"Yo no lo creí. Yo dije que eso era una mentira, que mi hijo no había muerto. Los orines se me salieron, no aguantaba las ganas de orinar", rememoró.

Después del entierro de su "bebé", Torres tomó varias decisiones: aprendería a guiar para poder visitar el cementerio; destinaría un cuarto de la casa para guardar sus fotos, medallas, botas, y uniforme; y asistiría al entierro de todos los soldados caídos en combate.

"La semana tiene siete días, y siete días yo lo voy a ver. Todo el mundo me conoce en el cementerio, ya tengo amigos allí. A veces le canto, a veces le pregunto por qué se fue", indicó la mujer, que también peleó con Dios al principio. "Cuando se te muere un hijo todo te trae recuerdos, la comida, la despedida de año, ahora para las madres. Esto es bien triste, bien triste, porque tú no estás con él", afirmó.

Hoy, Torres seguirá la rutina usual. Visitará a sus padres, asistirá a misa, irá al cementerio y, luego, se reunirá con sus otros tres hijos.

"Esto es una herida bien honda, que sana lentamente. Todo el tiempo, tú lo estás viendo, todo el tiempo, tú lo estás viendo", lamentó.

Aseguró que ahora es que se está volviendo a arreglar, y que las visitas diarias a sus padres le han permitido mantener la mente ocupada, lo cual le ha ayudado. También ha sido sanador el cumplimiento de la promesa que hizo luego de haber recibido la visita de otras madres de soldados caídos.

"Yo dije: 'si Papito Dios les dio fuerzas a ellas de poder venir donde mí y darme el pésame, yo creo que yo puedo hacer algo también. Y, se me ha logrado", indicó, para luego asegurar que ha asistido a todos y cada uno de los velorios o entierros posteriores.

Por: Mildred Rivera Marrero / END