WASHINGTON - El sargento boricua Carlos Labarca auxilió el 18 de octubre de 2004 a su capitán Elmer Rivera, tras el ataque con morteros que impactó la cárcel Abu Ghraib, en Irak, y que dejó con heridas a ambos miembros de la Reserva del Ejército de Estados Unidos en Puerto Rico.
Ahora, sin embargo, Labarca dice que la burocracia federal le tiene con limitados servicios médicos, pues no le reconocen sus heridas más serias como producto de aquella terrible experiencia.
Pese a que la explosión ocurrida le levantó por los aires y le estrelló contra una pared, Labarca, de 36 años y quien era miembro de la unidad 301 de la Policía militar de la Reserva del Ejército, dijo que en momentos en que estaba casi inconsciente escuchó la voz de Rivera.
"Carlitos, Carlitos, me dieron", le dijo Rivera, antes de desplomarse. Rivera, quien sufrió heridas graves en el abdomen, también contó a El Nuevo Día las limitaciones que ha sufrido desde que el Ejército le retiro temporalmente del servicio activo.
Ayer, Labarca narró las dificultades a las que él se enfrenta para conseguir que el Hospital de Veteranos en San Juan acepte que sus múltiples lesiones -seis contusiones en el cerebro, un nervio pillado, pérdida de audición y visión en el lado derecho, la cabeza virada y un coágulo en el pulmón, entre otras cosas- fueron producto de aquel ataque.
"Los soldados heridos en Irak estamos luchando otra guerra, la guerra contra el sistema", indicó Labarca en una entrevista telefónica desde el municipio de Toa Alta, desde donde espera por obtener una cita en el Hospital de Veteranos de Orlando, Florida.
En respuesta a una comunicación de El Nuevo Día, el Hospital de Veteranos de San Juan se comunicó ayer con Labarca. "No podemos discutir el caso, pero hemos conversado con él", indicó Annie Moraza, portavoz de la institución y quien exhortó a los militares a registrarse en el hospital para tener acceso a los servicios médicos para veteranos.
Labarca manifestó que tras ser licenciado temporalmente del Ejército en Veteranos de Puerto Rico sólo le reconocen las lesiones sufridas en las manos. "Lo peor que tengo: mi cervical lesionada, la cabeza virada, los nervios pillados y un coágulo en el pulmón derecho, eso no me lo asocian con las consecuencias del ataque", agregó.
Si en Orlando le revisan su caso, como ha solicitado, y los servicios médicos se incrementan, consideraría mudarse. También ha ido a tratarse a Tampa, Florida, siempre buscando un mejor acceso a servicios médicos.
"Irme no sería fácil, pues aquí (en Toa Alta) tengo mi familia y mi casa, que es lo único que me queda", sostuvo.
Luego de haber sido licenciado temporalmente del Ejército activo, los beneficios económicos y médicos se le han reducido. Sus hijos -el mayor tiene 7 años- dejaron de tener derecho a asistir a la escuela del Fuerte Buchanan.
"No puedo pagar una escuela privada de esa calidad", expresó.
Su incapacidad le impide volver a su trabajo como oficial de seguridad en una empresa que tiene contratos con el Servicio de Inmigración de Estados Unidos. Y, al igual que el capitán Rivera, relató además de las gestiones personales que hizo el ex comandante de la Reserva en Puerto Rico, el general José Rosado, para que visitara un médico privado, nadie en la Reserva se ha preocupado por él.
"Ahora que no me pueden sacar más provecho, siento que me están dejando en el limbo", concluyó.
Por: José A. Delgado / END