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(The New York Times / Andrea Bruce ) |
Para una madre puertorriqueña, mientras su hijo militar no pueda retornar a casa la guerra de Irak -la que Estados Unidos acaba de dar por concluida- no ha terminado.
Pero ni siquiera el regreso a casa pone punto final a ese combate, si los soldados vuelven con problemas de salud físicos y mentales que repercuten en la sociedad.
Michael Melecio, de 31 años, se enfrenta a una corte marcial en Georgia, en momentos en que todavía, bajo tratamiento médico, combate los demonios mentales de su experiencia en la guerra. Melecio, un guardia nacional de Puerto Rico movilizado a Irak en febrero de 2010, resultó con heridas en un ojo el 2 de enero pasado, como consecuencia de la explosión de una bomba a orillas de una carretera en la localidad de Taji.
Dos de sus colegas -José Alberto Delgado Arroyo y José M. Cintrón Rosado- murieron en el ataque y son parte de los cerca de 90 soldados de origen boricua que se conoce que fallecieron como consecuencia de la invasión estadounidense de Irak, que se extendió por casi nueve años.
Tras el ataque en Irak, el joven militar Melecio, quien es policía estatal, fue trasladado a una base en Nueva Jersey y luego al fuerte Gordon, en Georgia. Mientras recibía tratamiento médico en Georgia, Melecio tuvo por lo menos dos episodios de violencia y el Ejército le imputa daños a la propiedad en su cuarto, agredir a un policía militar y desobedecer órdenes, según sus familiares.
“Sería una total contradicción que, estando bajo tratamiento, lo puedan licenciar y hacerle perder sus beneficios”, dijo Diana Dávila, madre de Melecio, quien implora que le ayuden a traer a su hijo a casa y ha estado utilizando las redes sociales para llamar la atención sobre este caso.
Interviene Pierluisi
De hecho, durante la entrevista en su residencia en Bayamón fue contactada por Jorge Más, ayudante del comisionado residente en Washington, Pedro Pierluisi. Dávila tiene una carta de la oficina de Pierluisi en la que le indican que tratarán a Melecio con justicia y equidad. Pero tanto Dávila como su esposo, Juan Melecio, lamentan que nada haya pasado aún.
“Si yo tuviera millones y les diera chavos a los políticos ya me hubieran traído a mi hijo aquí, pero como yo soy un pela’o. Eso es lo que pasa”, dijo Melecio padre entre sollozos.
Las horrendas imágenes de aquel fatídico 2 de enero han perseguido a Melecio, quien fue diagnosticado con el trastorno de estrés postraumático, un problema de salud que sufren cerca de 200,000 soldados que participaron en las guerras de Irak y Afganistán.
“Se pasa reviviendo aquel momento y con dolores de cabeza”, indicó Dávila.
La mujer -acompañada de su esposo, un policía retirado que formó parte de la escolta de Carlos Romero Barceló- no podía contener el llanto. “Eso no ha acabado nada. Eso no termina. Los están mandando a Afganistán. Los están matando a diario. No hay paz ninguna y menos va a haber cuando ellos lleguen, porque ellos no van a ser los mismos. No son los mismos muchachos”, sentenció Dávila sosteniendo la foto de su hijo, el menor de dos.
“Ellos están llegando enfermos mentalmente. Las personas no están viendo eso. La enfermedad viene de adentro”, agregó mientras su esposo se refirió al fin de la guerra como un mero anuncio de Obama para circunscribirse a lo que fue su promesa electoral.
La esposa de Melecio, Jessica Alejandro, también quisiera que su esposo regrese pronto, para que pueda estar en casa con sus dos hijas de tres y dos años. Pero reconoce que primero tendrá que concluir el juicio militar en su contra, cuya fecha es desconocida. “Está en la etapa previa al juicio y su abogado en Georgia está confiado en que los cargos no van a prosperar”, indicó Alejandro, quien conversa todas las noches con su marido y piensa que, dentro de las circunstancias, “está tranquilo”.
Dávila, por lo pronto, cuestiona que su hijo esté en una prisión civil, en la localidad de Lincolnton, en Georgia, debido a que el fuerte militar no tiene una cárcel. “¿Qué clase de tratamiento es eso? Es un paciente, no un criminal. Quiero que vuelva a casa”, afirmó.
“Mi hijo quedó destrozado al no poder ayudar a sus compañeros. Él ansía estar aquí con su familia”, agregó.
http://www.elnuevodia.com/impactodeldanocolateral-1152263.html
Preocupa el soldado que regresa
Incierto si podrá recibir la atención necesaria
El proceso que pretende que los veteranos boricuas se ajusten a la vida que una vez tuvieron mantiene un tanto preocupado al procurador del veterano, Agustín Montañez, ya que a largo plazo no sabe si las agencias que atienden a esta población, en particular el Hospital de Veteranos, puedan dar abasto.
“Entiendo que ese primer grupo que viene lo puede absorber, porque estamos hablando de menos de 100 efectivos. A largo plazo sí me preocuparía, porque tenemos una sobrepoblación de veteranos y, aunque el hospital ha mejorado grandemente, todavía tiene espacio para mejorar”, dijo Montañez.
El portavoz del Hospital de Veteranos, Axel Román, ha dicho que tienen un programa especializado para atender a los militares que regresan de Irak y Afganistán. Hasta el momento han atendido 11,000 de estos soldados.
Montañez estima que en la Isla hay entre 140,000 y 160,000 veteranos, pero hay discrepancias. Existen 110,000 soldados que reciben beneficios por sus servicios en batallas. Unos 60,000 veteranos son atendidos en el Hospital de Veteranos. Montañez dijo que, a raíz de esos números, realizan el primer censo de veteranos que esperan culminar a principios del próximo año.
Para el presidente de la Disable American Veterans, Juan Lozano, la guerra de Irak fue peor que la de Vietnam para el veterano. “En el aspecto mental, es un poco más difícil Irak”. Explicó que “el soldado que va a Irak, en ocasiones, se mantiene activo en guerra de manera intermitente, no como en Vietnam que no había tregua”.
Mientras, el presidente de la Legión Americana, Idelfonso Colón, dijo que un adelanto es que ya se conocen algunos padecimientos que tienen los militares, como el ‘post traumatic stress disorder’, el ‘gulf war syndrome’ y el ‘traumatic brain injury’.
Las Madres Contra la Guerra pedimos a las autoridades que le den la atención médica y la ayuda que merecen.