Por: Cristina del Mar Quiles | 06/07/12 6:08am
Haber salido del campo de batalla no garantiza para un soldado haber
terminado con el horror de la guerra. Las estadísticas del Pentágono lo
evidencian. Durante la primera mitad de este año, los suicidios de
soldados estadounidenses activos superaban en casi un 50% la cifra de
los que habían perdido la vida en combate.
Se trata de un aumento de un 18% en comparación con el año pasado,
lo que se traduce en razón de un suicidio por día. Es un número que
resulta alarmante considerando que sigue sobre la mesa una promesa del
ejército de Estados Unidos de sacar sus tropas de Afganistán y de Iraq,
donde se comenzó guerra hace poco más de una década.
En contraste, hasta el 1 de junio de 2010 se habían contabilizado 124 bajas de militares estadounidenses.
“Esta tendencia lleva entre tres y cuatro años y el Pentágono lo
había tratado de mantener sutil, pero ya es muy obvio”, comenta la
psicóloga y portavoz de Madres Contra la Guerra, Sonia Santiago.
Para la especialista en salud mental, el factor predominante en una
persona suicida es la desesperanza, “no ver la luz al final del camino”.
En el caso de los soldados, los detonantes están claros, pues viven
experiencias brutales que no necesariamente viven otras poblaciones que
podrían tener inclinaciones suicidas.
“El soldado no es preparado para lo que va a enfrentar en un campo de
batalla. Sí es cierto que durante el entrenamiento les meten en la
cabeza que van a ir a matar, pero el escenario de guerra les presenta
una visión aterradora del ser humano”, abunda sobre esas vivencias que
marcan para siempre la psiquis del soldado que va a la guerra. “Tú vez
cadáveres en el suelo, los órganos regados y hay un sentimiento de
horror, pero también de culpa”.
Según Santiago, ese sentimiento de culpa suele agudizarse en el caso
de los puertorriqueños porque “fisionómicamente tenemos mucho de árabes,
nos parecemos”. “He escuchado casos de militares que me han dicho:
‘tuve que dispararle a un hombre que se parecía a mi hermano, a mi papá,
a mi abuelita’”.
Por otra parte, menciona, se le suma a la situación, que estas
personas son enviados y reenviados al campo de batalla y tras vivir una
experiencia traumática, lejos de sus casas, de sus familias, el saber
que tienen que volver al escenario bélico aumenta la sensación de
desesperanza.
A nivel del Pentágono, se ha establecido recientemente una oficina de
prevención de suicidios. Esto en medio de un largo debate sobre lo poco
diligente que se ha sido al ofrecer ayuda profesional en salud mental a
los soldados y veteranos de guerra. Además, se ha reconocido que los
soldados que buscan apoyo psicológico suelen ser estigmatizados y
catalogados como débiles. Ahora, altos oficiales del ejército de Estados
Unidos han salido a la luz para intentar rebatir esta idea y exhortar a
los militares a buscar ayuda.
“Han asignado fondos para comprar uniformes, equipos y para el
tratamiento de los militares ahora es que están empezando a asignar
dinero”, resaltó Santiago. Comoquiera, dijo, en Puerto Rico, la
situación suele ser más crítica, pues el Hospital de Veteranos atiende a
sobre 150,000 veteranos de la Isla, pero también del Caribe.
Entonces, los recursos deben ser muchos más y el esfuerzo para tratar
a los soldados arreciarse. Y es que aun recibiendo los servicios de
salud mental, el soldado debe combatir las ideas que se le han inculcado
durante su entrenamiento militar. “A muchos se les amenaza con que no
pueden hablar de las misiones. Les puede hacer una corte marcial por
‘poner en riesgo la seguridad nacional’ y les cuesta hablarles a un
civil. Es un asunto muy complejo. El contrato militar es un contrato de
prisión”.
“Insistimos que lo único que puede acabar esta crisis es que se acaben estas guerra”, apuntó Santiago.